El ha venido en nombre de Dios a imponer la voluntad del cielo y recuperar la tierra Santa, tiene el espíritu de un guerrero, no le teme a la muerte, cuando el tiempo llegue el dejara este mundo siendo un hombre marcado por la victoria y el honor, su armadura es plateada y sumamente pesada, el sol tiene en este país una presencia única, no podría haber un lugar mas caliente en toda la tierra, la temperatura es muy elevada, asfixiante, pero la fe que lo mantiene con vida es aun mas fuerte, en su mano derecha su espada, en su brazo izquierdo su escudo, y entre las cortinas de arena montado en su caballo el cruzado espera paciente a que de inicio la batalla, en una oración pide la bendición de Dios todo poderoso, para poder acabar con su enemigo y por fin volver a casa, las banderas dan la orden, la infantería avanza, un terrible estruendo se produce con el impacto de las armas, la sangre se mezcla con la arena, luego de algún tiempo otra bandera es ondeada, ordenando el ataque de la caballería. Veloz cabalga en busca de un oponente, y una y otra vez su espada corta la piel del enemigo, les despoja de su vida, una y otra vez su rostro se empapa de sangre; decidiendo la batalla y pintando de rojo su partida.
El tarro golpea fuerte la barra, cuando quien lo sujeta con manos temblorosas lo deposita derramando un poco de la clara cerveza, es un joven de ojos verdes y cabello castaño, que sonriente pregunta; ¿y entonces qué Fernando?, ¿qué le dijiste a Inés?, no me digas que te quedaste callado, sigue así, y un día de estos ya no va a estar disponible, hay muchos gandayas en este mundo, incluyéndome; pero si tu ya tienes novia Ignacio, contesta su amigo, no estés molestando a las demás, entonces le interrumpe: tranquilo gordo, yo no tengo la culpa de ser un galán, además el problema tuyo es ser tímido, sin olvidar que estas bien feo y panzón, bueno, y es que tienes la nariz chata y choncha como la de un marrano, ojos de perro extraviado, barriga de embarazada, el peinado al estilo del Benemérito de las Americas; bájale Nacho, que no ando de buen humor, calmado Fer no te enojes, no es mi culpa que tengas la apariencia de una cabeza olmeca. Normalmente esas agresiones verbales hubieran sido suficientes para que el muchacho de diez y ocho años y ciento veinte kilos enfureciera y le rompiera la nariz y algunas costillas a quien profiriera aquellos insultos, pero esa noche Fernando estaba un poco distraído, un tanto triste y para terminar, el agresor tenia una amistad con el de hacia ya seis años, y tomando en cuenta que Ignacio a sus diez y nueve pesaba apenas cincuenta y seis kilos, seguro de un golpe lo haría trizas, entonces ignorándolo bebió de su cerveza y se concentro en mirar la decoración del bar, la que era muy peculiar, porque aquel sitio estaba adornado al estilo medieval, y aun que los muebles eran nuevos, y el edificio en que se encontraba no era muy viejo, había un aroma en el aire que recordaba las visitas a las antiguas bibliotecas o a los museos, en ese lugar la principal decoración siempre fue un escudo antiguo de color plateado, con un brillo casi idéntico al de las estrellas, las orillas estaban en color negro, que partiendo según la posición de los puntos cardinales corrían hacia el centro formando una cruz, la cual en medio tenía una rosa roja depositada sobre una luna creciente, en su parte superior izquierda había una ortiga, y en la inferior derecha un lobo. Y justo debajo del escudo una caja alargada que por el tamaño seguro contenía una espada con la que estaría completo el juego de armas antiguas.
El bosque está demasiado oscuro, y no hay en las cercanías un lugar donde pedir posada, Imre Otterbach caballero de las tierras del norte de Europa, acompañado de dos hombres viaja de regreso a casa, avanzado con uno de sus sirvientes al frente y otro a sus espaldas, el noble de cabello rubio y ojos azules, comienza a preocuparse, todo está en silencio, no pueden verse las estrellas, mucho menos la luna, y a pesar del peligro que implica, decide acampar ahí, la jornada había sido larga y no había forma de continuar por el bosque sin tener la ayuda de los astros, los sirvientes prepararon la tienda, mientras el caballero susurraba una plegaria, luego encendieron una fogata y se cocinó una modesta cena, ya habiendo descansado un poco se dispusieron a dormir, el caballero y uno de sus sirvientes fueron en busca del sueño reparador del cuerpo y el alma, mientras el otro con arma en mano mantendría el fuego encendido y montaría la primera guardia.
Ya viste gordo, esas nenas que están por allá, bonitas, lindas, hermosas, igual y con una de esas se te quita lo tristón, Fernando solo soltaba una media sonrisa y seguía bebiendo de su cerveza, ta buena la chela importada, ¿o a ti no te gusta?, prefieres la nacional, pus si lo que importa es inflar la barriga, y tu ya la tienes bien infladota, mi querido Hipopótamo melancólico, en ese momento Fernando se olvido de la amistad, y tomando por el cuello a su delgado amigo decidió arrojarlo hacia la barra, y comenzaba a levantarlo cuando lo detuvo la mirada fría del cantinero, el propietario del bar, un tipo alto, fornido, pálido y pelirrojo, la gente decía que era de nacionalidad alemana, a un que hablaba perfecto el español, les dijo con voz serena que no pelearan en su taberna, los muchachos se calmaron pero no se quisieron mirar, el lugar era un sitio tranquilo y pequeño, habilitado para atender a doce o quince clientes, y esa fría y lluviosa noche pocas personas lo habrían de visitar, eran las once con treinta minutos y solo cinco clientes, aparte de Fernando e Ignacio se encontraban en el lugar, la música que ambientaba era siempre instrumental, las luces eran tenues, velas y candelabros iluminaban dandole un original estilo al bar. Luego del incidente, Fernando se alejo de la barra, eligió la mesa que se encontraba en el fondo, prefería un rincón solitario, mientras que Ignacio se acercaba a platicar con el par de muchachas que no había dejado de admirar.
A mitad de la noche el noble Imre Otterbach despierta empapado en sudor, siendo presa de una pesadilla había visto la muerte cuando dormía, sediento salio de su tienda en busca de agua fresca, la fogata se había apagado, recargado en un árbol y tapado hasta la cabeza estaba uno de sus sirvientes, era preocupante no saber donde se encontraba el otro, entonces puso en alerta al único que tenia a la vista, tomo su espada y se dirigió a beber agua al río que estaba a tan solo diez pasos del campamento, y sin dejar de estar atento a lo que pudiera suceder a su alrededor se inclino para saciar su sed, la luna apareció de pronto, una delicada bruma se presento a su alrededor, bajó la temperatura subitamente, y un susurro en el viento frío se dejó oir, latín era la lengua con la que maldecían el lugar, y cuando el caballero levantó la cara, pudo ver reflejándose en el río el cuerpo del desaparecido sirviente, el cual estaba bañado en sangre y completamente destrozado entre las ramas de un árbol. Rápido se dirigió al campamento en donde el otro sirviente forcejeaba con los enemigos, un hombre de extraña apariencia lo sujetaba mientras una mujer de cabello gris y piel blanca como la nieve le mordía el cuello, Imre, lleno de furia se abalanzo sobre los demonios, atacó primero al barón, sin importarle que estuviera desarmado, se trataba de un sirviente del mal, no tendría consideración alguna, su oponente se mostraba confiado, era demasiado veloz, esquivaba todos los ataques del caballero, el cual pensó; no tener oportunidad alguna en cuanto a la fuerza o la agilidad, lanzo entonces un golpe con su espada, el extraño ser lo esquivo, pero seguido de un giro, un corte con una daga que llevaba en su mano izquierda le asesto justo en el cuello; gravemente herido estaba el demonio, y el caballero, sin dudarlo un segundo con su espada le decapitó, sorprendido por la espalda, la mujer lo levanto y lo arrojó con mucha fuerza, hacia donde estaba su tienda, la extraña mujer se dirigió hacia el velozmente como si fuera flotando, su mirada era un abismo, su rostro tenía una belleza no humana, más ésta, segada por la furia no se dio cuenta que Imre, adelantó la espada en la que el femenino ser se incrustó al nivel del vientre, y por la que siguió avanzando hasta poder abrazar al caballero, clavándole los afilados colmillos con los que bebía la sangre de sus víctimas. Hirviendo se derramaba entre los labios de la mujer y por todo su cuello el liquido vital, por lo que empezaba el noble Imre Otterbach a perder la conciencia, soltando la espada pensaba en rendirse, pero a su derecha su mano se topo con su escudo con el cual un fuerte golpe le dio a su atacante, aturdida la dama de la muerte quedó frente a él, y con un ultimo esfuerzo tomo su espada por la empuñadura y la levanto junto con el cuerpo de a aquel lúgubre ser, la empujó hasta llegar a un árbol donde la dejó clavada, la negra sangre contrastaba con la piel clara, mientras se escurría por las piernas buscando salida en la punta de los pies, agotado por la pelea y las heridas que recibió, el caballero del escudo de plata se desvaneció.
Sentado solo en el rincón, Fernando olvidó que estaba en un bar y se concentró totalmente en sus pensamientos; solía soñar despierto, generalmente aventuras donde era el héroe de la muchacha más linda de su barrio, la más linda de la ciudad y quizás del mundo, Inés Alejandra Valdez, una joven de diez y siete años, que hacia ya mucho tiempo se había convertido en su mayor ilusión, contemplaba en imágenes su vida con ella, comenzaba a enamorarse de su rostro una vez más, ¿quieres que te de un beso?, ¿qué?, ¿cómo que qué? ¿qué si quieres un beso gordo atarantado?, no tonto, enfadado le contesto a Ignacio, lárgate de aquí pinche flaco, nomás salgamos de este bar te voy romper la cara, si me alcanzas, respondió su amigo, y no te enfades pero como estabas tan distraído en el mundo del nunca jamás, me tome la libertad de acabar con tu cerveza, se te estaba calentando, vine a visitarte por que vi que estabas muy solito; la verdad es que son bien sangronas las viejas esas, y ya me estaba aburriendo, de seguro te mandaron a volar, respondió Fernando, y ya lárgate de aquí, espérate carnalito, invítame una chebe, que ya estoy muy corto de efectivo, o quieres que le haga caso al cantinero, por que me di cuenta que me ha estado viendo, y tu no querrás que digan que tu amigo se vende por una cerveza, no me importa Nacho, yo ya me voy, que te vaya bien con el alemán ese, hay nos vemos mal amigo, Fernando salio del bar y corrió directo hacia su auto; la lluvia y el viento se habían desatado violentamente.
Todo era oscuridad y aun así podía ver a la perfección, a poca distancia de su cara una tapa de madera impedía la salida de la caja en que se encontraba, lleno de desesperación comenzó a buscar una forma de escapar, sintió correr por sus miembros una fuerza única, extraordinaria, con su puño derecho rompió la madera, a escasa profundidad le habían sepultado, no tardó mucho en llegar al exterior. La luna llena iluminaba el campo santo, sus sentidos agudizados al máximo percibían todo a su alrededor, la humedad en la hierva era refrescante y su aroma casi lo asfixiaba, los insectos lo confundían, se escuchaban tan fuerte como un trueno, instintivamente caminó hacia el pueblo más cercano, al llegar donde la primera casa, una muchacha lo miro, la cual se quedó paralizada, mientras Imre con lagrimas de sangre lloraba la belleza de aquella joven mujer, se acercó a la velocidad con la que suceden los sueños, la abrazó, y sin poder controlarse mordió su cuello y bebió su sangre, entró en un éxtasis único, inigualable, jamás había sentido tanto placer, no pudo detenerse hasta dejarla sin vida, entonces volvió la soledad, el vacío llenó su ser, y habiendo comprendido la naturaleza de sus actos, corrió hacia el bosque, buscando un refugio en el que pudiera escapar de la realidad, sin darse cuenta avanzó en unos instantes la distancia que a un hombre común le hubiera costado mucho tiempo alcanzar, cuando se detuvo se percato que estaba en el lugar donde había peleado con los demonios, la tienda estaba caída y cubierta de hojas, a su lado estaba el escudo plateado con la cruz negra que identifica al caballero cruzado de origen alemán, y justo detrás de él, su espada clavada en un árbol, no había ningún cuerpo, solo algunas manchas de sangre, entonces fue hacia el río buscando al sirviente que habían dejado en las ramas de un árbol, pero tampoco estaba, y sin saber el motivo volteó a ver el agua en el río, en donde reflejándose estaba su rostro, ahora lucía completamente diferente, su cabello era rojo, su tez mas pálida y sus ojos grises como un día nublado.
La lluvia caía torrencialmente y la forma en que la agitaba el viento hacia que fuera casi nula la visibilidad, a baja velocidad avanzaba Fernando por las calles solitarias a bordo de su auto apodado el titánic, del cual esperaba no le hiciera honor a su mote, quedándose varado en medio de esos grandísimos charcos. hacia ya diez minutos que había dejado el bar, y casi llegaba a casa cuando un sentimiento de culpa lo invadió, como le haría el pobre Nacho para llegar a su casa, sin dinero y con esa terrible lluvia, entonces dio la vuelta y se dirigió nuevamente al bar, sin importar el riesgo aceleró cuanto podía, al llegar el estacionamiento, éste ya estaba vacío, detuvo su auto y entro en el lugar, casi todas las luces estaban apagadas y no se veía a nadie, solo una luz se distinguía por debajo de la puerta del baño para caballeros, y para no quedarse con la duda, tubo que asomarse para ver si su amigo estaba ahí, no se escuchaba nada, giro la perilla, abrió la puerta, y al entrar al baño vio las paredes que fueran blancas, casi en su totalidad cubiertas de sangre, un hombre sin vida estaba debajo de los lavabos, y sentado en un retrete con las piernas extendidas estaba otro con el rostro desfigurado; asustado, Fernando dio la vuelta y trato de correr, pero sus piernas no le respondían, escuchó como detrás de el, algo pesado como un cuerpo, caía desde el techo, luego recibió un golpe por la espalda, el cual lo arrojó un par de metros hacia donde estaba la barra, aturdido, solo pudo pensar en tomar la espada que habría debajo del escudo, abrió la caja y ahí estaba, hermosa, hecha de plata, tenía el color de la luna, la tomó y volteó para buscar a su agresor, frente a él, estaba el cantinero, pálido como la camisa blanca que llevaba puesta, y sin pensarlo lo ataco con la espada, el hombre del cabello rojo no se movió, la espada lo atravesó, entrando por su pecho y saliendo por la parte alta de su espalda; el hombre seguía de pie, y aun con semejante herida sus gestos eran totalmente sobrios, frente a esa terrible escena a Fernando no le venia otra cosa a la mente que no fuera escapar, giró rápidamente para toparse de inmediato con una mujer de cabello gris, que en sus ojos llevaba un abismo.
Dos días después en un cementerio de la ciudad se realiza una misa para despedir a Fernando García López quien falleciera junto a otros tres muchachos y el cantinero dueño de un bar, a causa de un incendio sucitado en aquel lugar tantas veces nombrado en aquellos días. Era un lunes de admosfera triste, completamente nublado, en el que de vez en cuando caían algunas gotas de lluvia, todos los presentes se lamentaban por la muerte del joven Fernando, sus padres, hermanos, abuelos y demás familiares, incluyendo a un par de muchachas que abrazadas de Ignacio, el mejor amigo del difunto, estaban afligidas por que se habían salvado de la tragedia, saliendo unos minutos antes de que iniciara el siniestro, Nacho se sentía culpable, era seguro que el gordo había vuelto por él, para que no se fuera a mojar; siempre fue un muchacho con principios y valores, quien creería que eso lo habría de matar.
Horas mas tarde frente a la tumba, cuando ya empezaba a oscurecer, una jovencita de cabello negro y ojos marrón llora la muerte de quien sin saberlo era el dueño de su corazón, colocó un ramo de flores mientras las cristalinas lagrimas que corrían por sus mejillas caían suavemente sobre la lapida, produciendo un insignificante sonido; lagrimas que algunos metros hacia abajo se escuchan como un temblor.
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